Junto a sus muchas bondades, como el alargamiento de la esperanza de vida de los seres humanos, el diseño actual de la sociedad del bienestar encierra algunas maldades que me veo en la obligación de sacar a la luz.
Es tal la cantidad de años que se le abren por delante a la persona, que, para aligerar el coste de mantenimiento de huesos y tendones, el sistema diseña artilugios que acortan por el lado de allí lo que la dieta mediterránea alarga por el lado de aquí.
Hay muchos de estos inventos, darían para una serie de estúpidos comentarios como este, pero hoy voy a referirme a las fundas nórdicas, objeto que se ha generalizado en la misma medida que Ikea ha ido sustituyendo a Pedro Salcedo en el diseño y suministro de ropa de cama para bilbaínos y bilbaínas. Que hay que ser bobo, porque esta tienda del Casco Viejo regalaba siempre la confección de cortinas a quien compraba un par de sábanas.
Bajera, encimera y manta. Y ya está. Así dormíamos. Pero no, ahora toca la funda, con su relleno de verano y su relleno de invierno.
Para lavarla hay que cerrar los botones, porque si no, por efecto de las fuerzas centrifugas de la lavadora, todo lo que laves con la funda termina dentro de la misma, y a ver quién lo saca, luego, y lo que no sacas, al colgar la funda, se va cinco pisos abajo, o los que sean. Y tienes que pedirle las llaves del patio al presidente de la comunidad, y bajar, y subir, y no siempre hay ascensor.
Para meter el relleno en la funda, una vez seca, hay que estirar los brazos más allá de donde da su medida natural, de ahí las molestias en la parte superior de la espalda que llenan las consultas de los fisioterapeutas, y sacudir el conjunto, por la ventana del patio, que luego no sientes la parte superior de los brazos.
Y el ajuste nunca es perfecto. Con el formato de invierno, un termina recocido entre sudores y excreciones corporales. Con el de verano, si hace calor, lo mismo.
Con todo ello, la esperanza de vida se acorta, y el sistema consigue su propósito.
No cedas.
Comentarios
Publicar un comentario