Egunon Mikel:
hoy hace 25 años que el ejército de El Salvador asesinó a seis hombres buenos y a dos mujeres inocentes. Te lo cuento porque aquello cambió mi manera de mirar las cosas que pasan. Por aquel entonces conocí a tu tía, con la que después me casé, y, buscando nuestro lugar en el mundo llegamos una mañana de verano, tres años después, al lugar en el que los mataron. A cuatro de ellos los sacaron al jardín, los obligaron a tenderse de boca abajo y los dispararon por la espalda. A dos los buscaron por sus habitaciones y los acribillaron allí mismo. Y a la mujer que cuidaba de la casa y a su hija las mataron también. Murieron abrazadas. La consigna era no dejar testigos.
Los mataron porque molestaban, pero murieron porque amaban, dice de ellos hoy Rafa Aguirre en El Correo. Eran Jesuitas. Algunos, como Ignacio Ellacuría, de aquí, de Portugalete. Durante años denunciaron injusticias, asesinatos, torturas, ejecuciones y atrocidades. Se convirtieron en personas incómodas para el poder de derechas que gobernaba aquel país y para el "primo de zumosol" americano que abonaba un millón de dólares diario para "luchar contra la insurgencia". Durante un tiempo, los asesinos se jactaron de aquello, y amenazaban a otros diciendo "ya cayó Ellacuría, y seguimos matando comunistas".
Cuando visitamos aquel lugar nos encontramos con una pequeña habitación, la que da acceso al jardín, en las que se podían mirar los restos de hierba mezclados con sangre, libros ametrallados en la Biblioteca (hay que ser muy burro para disparar contra unos libros), retratos quemados con lanzallamas (los soldados pretendieron simular un ataque de la guerrilla) y el libro "El Dios Crucificado", de Moltmann, manchado con la sangre de uno de los asesinados.
Hay que mirar para ver, porque si no miras, puedes pensar que todo el mundo es bueno, que tampoco es para tanto o que la vida puede ser maravillosa, y tonterías parecidas con las que nos anestesiamos para no sufrir.
Como ves en la foto, la sangre derramada, y la pasión de Obdulio, marido y padre de las mujeres asesinadas, llenaron de rosas el lugar del martirio.
Hoy todo sigue igual en el mundo. En Sudán y en Siria, por citar dos ejemplos de mierda.
Pero desde 1989, estamos convocados a mirar.
Y a decir la Verdad.
Y a cambiar las cosas.
hoy hace 25 años que el ejército de El Salvador asesinó a seis hombres buenos y a dos mujeres inocentes. Te lo cuento porque aquello cambió mi manera de mirar las cosas que pasan. Por aquel entonces conocí a tu tía, con la que después me casé, y, buscando nuestro lugar en el mundo llegamos una mañana de verano, tres años después, al lugar en el que los mataron. A cuatro de ellos los sacaron al jardín, los obligaron a tenderse de boca abajo y los dispararon por la espalda. A dos los buscaron por sus habitaciones y los acribillaron allí mismo. Y a la mujer que cuidaba de la casa y a su hija las mataron también. Murieron abrazadas. La consigna era no dejar testigos.
Los mataron porque molestaban, pero murieron porque amaban, dice de ellos hoy Rafa Aguirre en El Correo. Eran Jesuitas. Algunos, como Ignacio Ellacuría, de aquí, de Portugalete. Durante años denunciaron injusticias, asesinatos, torturas, ejecuciones y atrocidades. Se convirtieron en personas incómodas para el poder de derechas que gobernaba aquel país y para el "primo de zumosol" americano que abonaba un millón de dólares diario para "luchar contra la insurgencia". Durante un tiempo, los asesinos se jactaron de aquello, y amenazaban a otros diciendo "ya cayó Ellacuría, y seguimos matando comunistas".
Cuando visitamos aquel lugar nos encontramos con una pequeña habitación, la que da acceso al jardín, en las que se podían mirar los restos de hierba mezclados con sangre, libros ametrallados en la Biblioteca (hay que ser muy burro para disparar contra unos libros), retratos quemados con lanzallamas (los soldados pretendieron simular un ataque de la guerrilla) y el libro "El Dios Crucificado", de Moltmann, manchado con la sangre de uno de los asesinados.
Hay que mirar para ver, porque si no miras, puedes pensar que todo el mundo es bueno, que tampoco es para tanto o que la vida puede ser maravillosa, y tonterías parecidas con las que nos anestesiamos para no sufrir.
Como ves en la foto, la sangre derramada, y la pasión de Obdulio, marido y padre de las mujeres asesinadas, llenaron de rosas el lugar del martirio.
Hoy todo sigue igual en el mundo. En Sudán y en Siria, por citar dos ejemplos de mierda.
Pero desde 1989, estamos convocados a mirar.
Y a decir la Verdad.
Y a cambiar las cosas.
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