Junto a sus muchas bondades, como el alargamiento de la esperanza de vida de los seres humanos, el diseño actual de la sociedad del bienestar encierra algunas maldades que me veo en la obligación de sacar a la luz. Es tal la cantidad de años que se le abren por delante a la persona, que, para aligerar el coste de mantenimiento de huesos y tendones, el sistema diseña artilugios que acortan por el lado de allí lo que la dieta mediterránea alarga por el lado de aquí. Hay muchos de estos inventos, darían para una serie de estúpidos comentarios como este, pero hoy voy a referirme a las fundas nórdicas, objeto que se ha generalizado en la misma medida que Ikea ha ido sustituyendo a Pedro Salcedo en el diseño y suministro de ropa de cama para bilbaínos y bilbaínas. Que hay que ser bobo, porque esta tienda del Casco Viejo regalaba siempre la confección de cortinas a quien compraba un par de sábanas. Bajera, encimera y manta. Y ya está. Así dormíamos. Pero no, ahora toca la funda, con su rellen
Mikel somos todos los que hemos perdido algo antes de tiempo. El padre, las ganas, el anillo de boda... Mikel somos todos los que hemos enfermado mal y pronto. Mikel somos los que, pese a lo uno o a lo otro, todavía conservamos el interés por levantarle la falda a la vida, a ver qué lleva debajo. Mikel es también el nombre de mi sobrino, al que a veces despierto con este guiño por las mañanas.